Escritos
-
Las mestizas.
¿Quiénes son?I.
Dos mestizas bicolor como el origen de su madre. Un pedazo de la historia de mis perras. Un relato que podría caer en el pecado de la humanización pero no lo es. No es acto sobre ellas, son palabras, describiendo lo que ellas son para mí y cómo le dieron a mi vida más valor.
Intento no practicar mi neurosis con ellas (fantasía que muchas veces se filtra entre mis fallas) y ser lo más animal posible, para poder entenderlas y darles que necesitan, amarlas como mejor me salga y espero que a ellas les esté haciendo bien.
II.
Primero llegó la diminuta y escuálida gris oscura. Antes que ella, había llegado mi hartazgo por probar vidas fuera de argentina. Sabía que mi tendencia respondía siempre a viajar cuando las cosas en mi vida se ponían incómodas.
En ese tiempo ya estaba agotada de armarme una vida nueva en distintos lugares, cada un año o dos. Una década de movimiento incesante aunque a veces parecía que frenaba.
Decidí quedarme, sabía de mis impulsos, así que pensé que sería buena idea tener una perra (cosa que amo, son los animales). Me dije en ese momento -necesito algo para “anclarme” y no viajar más-. Mucho tiempo pasé usando esa palabra para contar sobre este encuentro, hasta notar todo lo que escondía detrás.
La encontré por Instagram. En una historia que publicaba alguien sobre una perrita perdida, chiquita, flaca, sumisa y temerosa a más no poder. Con rastas en el pelo y una mirada de agradecimiento y alegría con quienes la tenían como hogar provisorio, que conmovía.
IV
Compañera. Perra. Familia. Hija., Perrihijo. Cualquiera de las palabras podría describir el hecho de convivir con un perro y darle, dentro de lo posible, lo mejor que se pueda.
Compañero viene del latín -Cumpanis-. Es básicamente “con pan”, “compartiendo el pan” “los que comparten el pan”. Si algo hago, es compartir todos mis recursos con ellas y ellas me entregan su presencia, que aunque a veces me irritan, hacen de mi vida algo mejor. Les doy mi tiempo. Ellas me obligan a salir a caminar a lugares donde haya naturaleza y a veces sin ganas. Cosa que yo quizás haría poco. Lo bien que me hace pasearlas, es por que la actividad reúne la pausa mental de la vida cotidiana, el agua con olor a alga del río Suquía y todo lo verde que enfría los días de calor y los problemas. El viendo también hace su parte dependiendo la estación del año. Al final si mis perras son felices, por ese rato yo también. El paseo es para las tres.
Esas con mis perras. Seguimos en construcción. Ellas siguen aprendiendo y adaptándose a los cambios. Yo tengo mucho más que mirar pero siempre habrá cositas para gestionar, por qué son adoptadas y yo un humano entero como para cuidarlas pero lleno de agujeros en los que sin querer, pueden caer.
Dicen que los perros se parecen a sus dueños. Vuelve mi pensamiento mágico. Algo de eso es verdad. Nos representan en algunas cosas.
Apenas me enteré, la quise. Hablamos con la chica que publicaba y sin más rodeo, la busqué al otro día. Llegué a la casa-country que la tenía. Me recibieron y me llevaron directo al patio. Ahí estaba. Era un “trapo de piso” ya gastado y manchado en partes con lavandina. Se hizo pis encima cuando me acerqué y huyó de mi. No sé cómo el muchacho que me recibió la agarró y me la trajó agarrada por las axilas, como quien agarra una bolsa de basura con olor feo, lejos de la cara. Ella me miraba pidiendo piedad, que le diga a aquel cosa alta que la suelte. Estaba tensa, dura. Cuando la dejó en el piso, la llamé como hablándole a un bebé de 1 mes y vino. Se me acercó y pude acariciarla. Se tiró al piso, cuerpo tierra, totalmente entregada a la evitación del conflicto y del peligro. Parecía decirme que no quería más maltrato.
Para llevármela del country a la clase media, tuve que volver a alzarla. Pobrecita. Invadiéndola otra vez pero ahora camino a su hogar definitivo.
Lo que vino fueron días de angustiarme porque no comía y no tomaba agua. No sabía que quería ni cómo ayudarla. La educación canina vendría después.
Después de unos días se empezó a animar a lo básico. El terror que debe haber sentido como para no tomar ni agua.
Al principio generamos un apego mutuo sin espacio para nada que no sea estar juntas.
Me seguía a todos lados, todo el tiempo. Y yo la chequeaba compulsivamente a ella cuidando que nada pasará. Un filtración humana. Si me iba, algo rompía. Me daba mucha pena asique me iba de casa pocas horas para volver pronto, por qué sentía que ella la estaba pasando mal. Lo cual era cierto. Nos hicimos dependientes la una de la otra. Y a mí eso me empezó a pesar. Estaba organizando mi vida social entorno a no dejar unas horitas a mi perra en casa con todas las necesidades cubiertas.
Empecé a trabajar en eso y hoy por suerte cambió el escenario. Ella sigue esperándome cada vez que salgo, pero más tranquila. Sabiendo que voy a volver . Sin romper y ni llorar. Se queda en su cucha tranquila y cada tanto va al último lugar por donde me vio salir, para chequear si volví.
Cambió pero no del todo. Al final es una perra mestiza adoptada de grande con experiencias traumáticas encima. Un temperamento inseguro, eso que viene desde el parto, y una vida previa con sus congéneres que desconozco. Algo de secuelas siempre quedan y aprendió vivir con ellas. Supero mucho pero las primeras reacciones a todo, vienen de ahí. Tal cual los humanos.
Le enseñé a superar obstáculos y curtir la vida que le toca. Vivir para darse cuenta que no es tan peligroso, que va a salir ilesa de ahí sino estaré yo para que así sea.
Hoy se anima cautelosa, a explorar el mundo, a pesar de sus miedos.
Así empezó a ganar confianza, cosa que antes ni siquiera tenía y ahora aunque cargue con lo anterior, se maneja con lo que me toca. ¡Ah! su nombre es Nina, por una de mis favoritas, Nina Simone, que se parecen en lo de negra, frágil y poderosa a la vez. Su apodo es “trapo”, claro está porqué. Pesa 6kg. El tamaño perfecto. Es una tierna total aunque prefiere la compañía que el contacto. Prefiere algunas caricias a su modo y muy respetuosas y después retirarse de lo meloso e irse a acostarse por ahí, CERCA TUYO.
III.
La blanca, la blanqui. I s a b e l l a, un ángel mormón caído del cielo.
Isabella siempre me gustó como nombre y quería ponérselo a algo alguna vez, decirlo con frecuencia. Tengo esa cuestión de buscar el significado y la etimología de los nombres. Un TOC de pensamiento mágico que tengo.
Su nombre tiene por lo menos dos orígenes: Romano y Egipcio. Ambos tienen que ver con Dios. El primero con “Alguien que ama a Dios” y el segundo, sería algo así como “Diosa de los dioses”. Ese me gusta más.
¿Qué tiene que ver la Isa con Dios?
Dos cosas: la segunda, es que es un angelito como nos enseñaron que eran, blanco, sin alas pero con pelo suave y una mirada azucarada y tierna. ¿Caída del cielo? Sonaría un poco exagerado decirlo, sino quisiera compartir la verdad.
La cuestión es que en parte sí, por lo primero, es que llegó un día de imprevisto, como todo lo importante. Yo estaba hablando por teléfono con mi hermana desde España, cuando de repente y sin esperar ninguna visita, me tocan el timbre. Le pedí, por mis sospechas, que me esperara en línea mientras atendía la puerta. No solo no esperaba a nadie sino menos que menos, otra perra.
Eran dos chicos jóvenes. Ellos se presentaron como “mensajeros” que llevan la palabra de Dios por todo el territorio y que esa perrita los venía siguiendo desde lejos.
Estaba atónita y confundida entre la sorpresa, de estar con mi hermana en el teléfono preguntándome “¿Qué onda?” a unos 12.000 km de distancia, y yo ahí sola sin saber qué hacer. Los chicos me preguntaron: “¿Es de usted? “¿ Sabe si es de por acá?”. Cómo va a ser mía con la total extrañeza qué expresaba en ese momento. A sus preguntas le sumaron: ¿Usted se la puede quedar?. ¡Uf! qué pregunta ¿eh?.
No se tira así como si nada. Respondiendo sin hacerlo, les digo: ¿ Ustedes no la pueden tener? -No, somos misioneros, viajamos todo el tiempo por todo el país. -Ok dije en mi mente, no te queda otra-. Así que corté con mi hermana y me puse a ver ese temita del ángel mormón que me había enviado dios.
Apenas le abrí entró corriendo, simpática, enérgica, atrevida e insolente como lo es hoy. ¿Miedosa? Lo justo como para cuidarse de algún daño inminente producto de su carácter.
Era tan linda, tierna, suave, chiquita, que en el fondo me la quería quedar. Ya tenía dos, falta acá la historia de Matilda, una galga que amo pero que no está más conmigo, aunque la cuidan las mejores manos posibles.
-Un gasto más pensé. No. Ya está-.
La publicó así su dueños la encuentran, por qué parecía haberlos tenido (creía).
Publiqué poco. La tuve unos días y la amé rápidamente. Ya no podía soltarla. Tampoco podía tenerla pero parece que los misioneros la bendijeron a ella y a mi también, así que las condiciones se dieron y hoy es mi otra compañera, mi cuarta perra. (*Kiara te voy a amar siempre. Fue la primera. Una Cocker Spaniel).
La negra, es un cuerpo que a pesar de las parálisis y las dudas que le provoca el miedo, se mueve y disfruta de lo que puede. Isabella, siente miedo cada tanto y se lo encuentra por ahí, cuando algo o alguien le resulta demasiado. Tiene energía para trabajar durante horas sin parar y ser servicial al otro sin medir costos. Alegre, curiosa y lúdica.
Creo que esto es lo humano, encontrar sentido y hacer conexiones a los hechos de la vida, convocando el humor mezclado con mística para que vivir sea más disfrutable.
En fin, estas son mis perras, mis compañeras o cualquier acepción que se elija para nombrar a aquello que amamos, cuidamos y damos lo que tenemos y muchas veces lo que no.
Como cualquier responsabilidad, ata y enraiza y estar atada a no hacer o a tener que hacer algunas cosas por ellas, es una elección. Todo lo que recibo de su compañía lo compensa enormemente.Teresa.
Un hogar inesperado.
Nos acompañábamos. Era mejor estar mal con ella, que en soledad. Se había roto el caño de agua y de gas, juntos, a la vez, el día que me mudé ahí. Sí, increíblemente garrón. -No hay nada peor que nos pueda pasar-, sentíamos en ese momento. Albañiles en la casa, rompiendo paredes, de por lo menos cincuenta años, como si nada. Polvo, líquido, ruido, olores fuertes y nosotras dentro, haciendo presencia y asistiendo si era necesario. Mucho más no podíamos hacer. Aunque sí, hicimos. Los mandados a la ferretería, calentar el agua y esperar (lo más fatigoso) el milagro de que todo funcionara de nuevo.
Pasamos quince días en una burbuja reducida a esperar y bañarnos en otras casas. Mientras tanto, fingíamos demencia. Yo por lo menos con el duelo de mi separación y ella con lo suyo. “Todo pasa por algo” dicen. A veces esas frases que odias, le dan una justificación transitoria, a lo que no podes metabolizar en ese momento.
El tiempo marchaba mientras pasábamos de estar sentadas en el sillón, a pararnos y permanecer en un lugar estáticas del tedio, bailar y caminar por los espacios, esquivando escombros y caños para ver si el milagro estaba cerca. Tomábamos mucho mate, mucho. Fumábamos puchos, uno tras otro. Nos mirábamos sin decir nada, compartiendo el fastidio del momento y las ganas de que pasarán, ya, esos días sin agua y sin gas.
Queríamos una comida consistente y una ducha a temperatura deseada en la nueva casa propia. Queríamos disfrutar de la decisión que habíamos tomado pero que la vida, leíada con b larga y h al final, decide los hechos sin tener en cuenta tus deseos, hechos que siempre suceden por todo el espacio que excede nuestro control, así es que nos demoró un poco. Se burla cada vez que puede y está bien.
Todo estaba sucio y con polvo, nuestro esfuerzo por mantener cierto orden había caducado ante el absurdo que eso significaba. Comíamos huevos al microondas y nada más. Las ganas eran enormes, de que la casita estuviera hermosa nuevamente.
El tiempo pasó apurado, como lo hace siempre y nos dejó el alivio de lo resuelto. La actualización efímera de valorar, en una explosión amorosa, lo más esencial. La alegría que se siente cuando lo que deseamos sin descanso sucede, es puro placer.
Estuvimos “codo a codo”, aguantando juntas las desdichas y las pérdidas que nos golpeaban en ese momento. Sucias, con poca comida en el cuerpo, termos enteros deshidratandonos, tabaco y agua, la pasamos como todo al final. En ese fastidio, encontramos ternura y una dedicada compañía, que logró acariciar el alma en momentos de dolor. Hicimos un hogar. A la nuestra. Cambiante, indefinido, a veces a punto de terminar pero seguro mientras dura.
Por un rato, mucho o poco, y con las personas menos esperadas, se puede sentir de repente una dulce y acogedora sensación familiar. Así como esa familia que hubiésemos querido tener.
Escrito el 7 de junio del 2024. Seguro en medio del quilombo.
-
Las mestizas.
¿Quiénes son?I.
Dos mestizas bicolor como el origen de su madre. Un pedazo de la historia de mis perras. Un relato que podría caer en el pecado de la humanización pero no lo es. No es acto sobre ellas, son palabras, describiendo lo que ellas son para mí y cómo le dieron a mi vida más valor.
Intento no practicar mi neurosis con ellas (fantasía que muchas veces se filtra entre mis fallas) y ser lo más animal posible, para poder entenderlas y darles que necesitan, amarlas como mejor me salga y espero que a ellas les esté haciendo bien.
II.
Primero llegó la diminuta y escuálida gris oscura. Antes que ella, había llegado mi hartazgo por probar vidas fuera de argentina. Sabía que mi tendencia respondía siempre a viajar cuando las cosas en mi vida se ponían incómodas.
En ese tiempo ya estaba agotada de armarme una vida nueva en distintos lugares, cada un año o dos. Una década de movimiento incesante aunque a veces parecía que frenaba.
Decidí quedarme, sabía de mis impulsos, así que pensé que sería buena idea tener una perra (cosa que amo, son los animales). Me dije en ese momento -necesito algo para “anclarme” y no viajar más-. Mucho tiempo pasé usando esa palabra para contar sobre este encuentro, hasta notar todo lo que escondía detrás.
La encontré por Instagram. En una historia que publicaba alguien sobre una perrita perdida, chiquita, flaca, sumisa y temerosa a más no poder. Con rastas en el pelo y una mirada de agradecimiento y alegría con quienes la tenían como hogar provisorio, que conmovía.
IV
Compañera. Perra. Familia. Hija., Perrihijo. Cualquiera de las palabras podría describir el hecho de convivir con un perro y darle, dentro de lo posible, lo mejor que se pueda.
Compañero viene del latín -Cumpanis-. Es básicamente “con pan”, “compartiendo el pan” “los que comparten el pan”. Si algo hago, es compartir todos mis recursos con ellas y ellas me entregan su presencia, que aunque a veces me irritan, hacen de mi vida algo mejor. Les doy mi tiempo. Ellas me obligan a salir a caminar a lugares donde haya naturaleza y a veces sin ganas. Cosa que yo quizás haría poco. Lo bien que me hace pasearlas, es por que la actividad reúne la pausa mental de la vida cotidiana, el agua con olor a alga del río Suquía y todo lo verde que enfría los días de calor y los problemas. El viendo también hace su parte dependiendo la estación del año. Al final si mis perras son felices, por ese rato yo también. El paseo es para las tres.
Esas con mis perras. Seguimos en construcción. Ellas siguen aprendiendo y adaptándose a los cambios. Yo tengo mucho más que mirar pero siempre habrá cositas para gestionar, por qué son adoptadas y yo un humano entero como para cuidarlas pero lleno de agujeros en los que sin querer, pueden caer.
Dicen que los perros se parecen a sus dueños. Vuelve mi pensamiento mágico. Algo de eso es verdad. Nos representan en algunas cosas.
Apenas me enteré, la quise. Hablamos con la chica que publicaba y sin más rodeo, la busqué al otro día. Llegué a la casa-country que la tenía. Me recibieron y me llevaron directo al patio. Ahí estaba. Era un “trapo de piso” ya gastado y manchado en partes con lavandina. Se hizo pis encima cuando me acerqué y huyó de mi. No sé cómo el muchacho que me recibió la agarró y me la trajó agarrada por las axilas, como quien agarra una bolsa de basura con olor feo, lejos de la cara. Ella me miraba pidiendo piedad, que le diga a aquel cosa alta que la suelte. Estaba tensa, dura. Cuando la dejó en el piso, la llamé como hablándole a un bebé de 1 mes y vino. Se me acercó y pude acariciarla. Se tiró al piso, cuerpo tierra, totalmente entregada a la evitación del conflicto y del peligro. Parecía decirme que no quería más maltrato.
Para llevármela del country a la clase media, tuve que volver a alzarla. Pobrecita. Invadiéndola otra vez pero ahora camino a su hogar definitivo.
Lo que vino fueron días de angustiarme porque no comía y no tomaba agua. No sabía que quería ni cómo ayudarla. La educación canina vendría después.
Después de unos días se empezó a animar a lo básico. El terror que debe haber sentido como para no tomar ni agua.
Al principio generamos un apego mutuo sin espacio para nada que no sea estar juntas.
Me seguía a todos lados, todo el tiempo. Y yo la chequeaba compulsivamente a ella cuidando que nada pasará. Un filtración humana. Si me iba, algo rompía. Me daba mucha pena asique me iba de casa pocas horas para volver pronto, por qué sentía que ella la estaba pasando mal. Lo cual era cierto. Nos hicimos dependientes la una de la otra. Y a mí eso me empezó a pesar. Estaba organizando mi vida social entorno a no dejar unas horitas a mi perra en casa con todas las necesidades cubiertas.
Empecé a trabajar en eso y hoy por suerte cambió el escenario. Ella sigue esperándome cada vez que salgo, pero más tranquila. Sabiendo que voy a volver . Sin romper y ni llorar. Se queda en su cucha tranquila y cada tanto va al último lugar por donde me vio salir, para chequear si volví.
Cambió pero no del todo. Al final es una perra mestiza adoptada de grande con experiencias traumáticas encima. Un temperamento inseguro, eso que viene desde el parto, y una vida previa con sus congéneres que desconozco. Algo de secuelas siempre quedan y aprendió vivir con ellas. Supero mucho pero las primeras reacciones a todo, vienen de ahí. Tal cual los humanos.
Le enseñé a superar obstáculos y curtir la vida que le toca. Vivir para darse cuenta que no es tan peligroso, que va a salir ilesa de ahí sino estaré yo para que así sea.
Hoy se anima cautelosa, a explorar el mundo, a pesar de sus miedos.
Así empezó a ganar confianza, cosa que antes ni siquiera tenía y ahora aunque cargue con lo anterior, se maneja con lo que me toca. ¡Ah! su nombre es Nina, por una de mis favoritas, Nina Simone, que se parecen en lo de negra, frágil y poderosa a la vez. Su apodo es “trapo”, claro está porqué. Pesa 6kg. El tamaño perfecto. Es una tierna total aunque prefiere la compañía que el contacto. Prefiere algunas caricias a su modo y muy respetuosas y después retirarse de lo meloso e irse a acostarse por ahí, CERCA TUYO.
III.
La blanca, la blanqui. I s a b e l l a, un ángel mormón caído del cielo.
Isabella siempre me gustó como nombre y quería ponérselo a algo alguna vez, decirlo con frecuencia. Tengo esa cuestión de buscar el significado y la etimología de los nombres. Un TOC de pensamiento mágico que tengo.
Su nombre tiene por lo menos dos orígenes: Romano y Egipcio. Ambos tienen que ver con Dios. El primero con “Alguien que ama a Dios” y el segundo, sería algo así como “Diosa de los dioses”. Ese me gusta más.
¿Qué tiene que ver la Isa con Dios?
Dos cosas: la segunda, es que es un angelito como nos enseñaron que eran, blanco, sin alas pero con pelo suave y una mirada azucarada y tierna. ¿Caída del cielo? Sonaría un poco exagerado decirlo, sino quisiera compartir la verdad.
La cuestión es que en parte sí, por lo primero, es que llegó un día de imprevisto, como todo lo importante. Yo estaba hablando por teléfono con mi hermana desde España, cuando de repente y sin esperar ninguna visita, me tocan el timbre. Le pedí, por mis sospechas, que me esperara en línea mientras atendía la puerta. No solo no esperaba a nadie sino menos que menos, otra perra.
Eran dos chicos jóvenes. Ellos se presentaron como “mensajeros” que llevan la palabra de Dios por todo el territorio y que esa perrita los venía siguiendo desde lejos.
Estaba atónita y confundida entre la sorpresa, de estar con mi hermana en el teléfono preguntándome “¿Qué onda?” a unos 12.000 km de distancia, y yo ahí sola sin saber qué hacer. Los chicos me preguntaron: “¿Es de usted? “¿ Sabe si es de por acá?”. Cómo va a ser mía con la total extrañeza qué expresaba en ese momento. A sus preguntas le sumaron: ¿Usted se la puede quedar?. ¡Uf! qué pregunta ¿eh?.
No se tira así como si nada. Respondiendo sin hacerlo, les digo: ¿ Ustedes no la pueden tener? -No, somos misioneros, viajamos todo el tiempo por todo el país. -Ok dije en mi mente, no te queda otra-. Así que corté con mi hermana y me puse a ver ese temita del ángel mormón que me había enviado dios.
Apenas le abrí entró corriendo, simpática, enérgica, atrevida e insolente como lo es hoy. ¿Miedosa? Lo justo como para cuidarse de algún daño inminente producto de su carácter.
Era tan linda, tierna, suave, chiquita, que en el fondo me la quería quedar. Ya tenía dos, falta acá la historia de Matilda, una galga que amo pero que no está más conmigo, aunque la cuidan las mejores manos posibles.
-Un gasto más pensé. No. Ya está-.
La publicó así su dueños la encuentran, por qué parecía haberlos tenido (creía).
Publiqué poco. La tuve unos días y la amé rápidamente. Ya no podía soltarla. Tampoco podía tenerla pero parece que los misioneros la bendijeron a ella y a mi también, así que las condiciones se dieron y hoy es mi otra compañera, mi cuarta perra. (*Kiara te voy a amar siempre. Fue la primera. Una Cocker Spaniel).
La negra, es un cuerpo que a pesar de las parálisis y las dudas que le provoca el miedo, se mueve y disfruta de lo que puede. Isabella, siente miedo cada tanto y se lo encuentra por ahí, cuando algo o alguien le resulta demasiado. Tiene energía para trabajar durante horas sin parar y ser servicial al otro sin medir costos. Alegre, curiosa y lúdica.
Creo que esto es lo humano, encontrar sentido y hacer conexiones a los hechos de la vida, convocando el humor mezclado con mística para que vivir sea más disfrutable.
En fin, estas son mis perras, mis compañeras o cualquier acepción que se elija para nombrar a aquello que amamos, cuidamos y damos lo que tenemos y muchas veces lo que no.
Como cualquier responsabilidad, ata y enraiza y estar atada a no hacer o a tener que hacer algunas cosas por ellas, es una elección. Todo lo que recibo de su compañía lo compensa enormemente.Teresa.
Un hogar inesperado.
Nos acompañábamos. Era mejor estar mal con ella, que en soledad. Se había roto el caño de agua y de gas, juntos, a la vez, el día que me mudé ahí. Sí, increíblemente garrón. -No hay nada peor que nos pueda pasar-, sentíamos en ese momento. Albañiles en la casa, rompiendo paredes, de por lo menos cincuenta años, como si nada. Polvo, líquido, ruido, olores fuertes y nosotras dentro, haciendo presencia y asistiendo si era necesario. Mucho más no podíamos hacer. Aunque sí, hicimos. Los mandados a la ferretería, calentar el agua y esperar (lo más fatigoso) el milagro de que todo funcionara de nuevo.
Pasamos quince días en una burbuja reducida a esperar y bañarnos en otras casas. Mientras tanto, fingíamos demencia. Yo por lo menos con el duelo de mi separación y ella con lo suyo. “Todo pasa por algo” dicen. A veces esas frases que odias, le dan una justificación transitoria, a lo que no podes metabolizar en ese momento.
El tiempo marchaba mientras pasábamos de estar sentadas en el sillón, a pararnos y permanecer en un lugar estáticas del tedio, bailar y caminar por los espacios, esquivando escombros y caños para ver si el milagro estaba cerca. Tomábamos mucho mate, mucho. Fumábamos puchos, uno tras otro. Nos mirábamos sin decir nada, compartiendo el fastidio del momento y las ganas de que pasarán, ya, esos días sin agua y sin gas.
Queríamos una comida consistente y una ducha a temperatura deseada en la nueva casa propia. Queríamos disfrutar de la decisión que habíamos tomado pero que la vida, leíada con b larga y h al final, decide los hechos sin tener en cuenta tus deseos, hechos que siempre suceden por todo el espacio que excede nuestro control, así es que nos demoró un poco. Se burla cada vez que puede y está bien.
Todo estaba sucio y con polvo, nuestro esfuerzo por mantener cierto orden había caducado ante el absurdo que eso significaba. Comíamos huevos al microondas y nada más. Las ganas eran enormes, de que la casita estuviera hermosa nuevamente.
El tiempo pasó apurado, como lo hace siempre y nos dejó el alivio de lo resuelto. La actualización efímera de valorar, en una explosión amorosa, lo más esencial. La alegría que se siente cuando lo que deseamos sin descanso sucede, es puro placer.
Estuvimos “codo a codo”, aguantando juntas las desdichas y las pérdidas que nos golpeaban en ese momento. Sucias, con poca comida en el cuerpo, termos enteros deshidratandonos, tabaco y agua, la pasamos como todo al final. En ese fastidio, encontramos ternura y una dedicada compañía, que logró acariciar el alma en momentos de dolor. Hicimos un hogar. A la nuestra. Cambiante, indefinido, a veces a punto de terminar pero seguro mientras dura.
Por un rato, mucho o poco, y con las personas menos esperadas, se puede sentir de repente una dulce y acogedora sensación familiar. Así como esa familia que hubiésemos querido tener.
Escrito el 7 de junio del 2024. Seguro en medio del quilombo.